Las variaciones de nuestro estado psicológico y afectivo, o relacional, influyen sobre nuestro modo de alimentarnos tanto en la calidad como en la cantidad. Los comedores emocionales piensan en la comida cuando se notan ansiosos, emotivos o negativos. Para ellos, fijar su atención en los alimentos y en su ingesta es una manera de no pensar en las emociones negativas, pero también de evitar tener conciencia de sí mismos. A veces una ingesta alimentaria excesiva puede explicarse por un intento de impedir que se produzca una irrupción de pensamientos, recuerdos, sentimientos o emociones dolorosas. También es un camino, fácilmente accesible, que conduce al placer, a fin de compensar una contrariedad, una frustración, la tristeza o la inquietud. Asimismo, desde un punto de vista emocional, comer de manera desenfrenada puede verse como un paso hacia la agresividad presente en el individuo y que este dirige contra sí mismo.
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El hambre es una señal provocada por un descenso de la tasa de azúcar en la sangre; es un hueco en el estómago asociado con un sentimiento de irritabilidad y cansancio, así como con la salivación y el mareo. Pero también podemos tener ganas de comer por placer, por gula.
Y hablando de placer, conviene que sepa que los primeros bocados son los que mas placer nos dan. Mas allá, el placer es cada vez menos intenso. Por tanto, dese el capricho de manera consciente, sin equivocarse; si es placer, no es hambre, y, en este caso, en vez de comer....¡ saboree !
Extracto del libro: Sobrepeso Emocional. Stéphane Clerget. Editorial Urano.
Amelia Camacho Guerrero.
20 julio 2014.