Cada encuentro nos acerca a todo aquello que creamos en nuestra mente. Cada persona es como la vemos y la interpretamos. Vemos lo que queremos ver.
No es fácil creer que imaginamos a todos y que la relación entre nosotros es solo a través de las formas mentales creadas por cada uno. Las personas que forman nuestro núcleo de relaciones tienen lo que nosotros vemos en ellas y ponemos características propias que muchas veces no corresponden a lo que las personas son.
Vemos en ellas lo que queremos ver.
Todos los condicionamientos , prejuicios, críticas, rechazos, aversiones son parte de la forma en que interpretamos la forma en que establecemos la comunicación y trato que damos . Esto produce identificación con todo aquello que no aceptamos y lo manifestamos en cada encuentro.
Las relaciones sufren mucho daño y se ven imposibilitadas de mejora porque no comprendemos como sanarlas.
El alivio viene al aceptar y asumir la responsabilidad de lo creado.
Por ello la vida es como un sueño, todo existe en la imaginación y despertar es ver la maravilla que hay en cada uno y que no hace falta inventar a nadie.
Por eso la filosofía budista nos enseña que todo es mente y de ahí surge la percepción de todo y de todos.
Nos estamos relacionando siempre con nosotros, aún sin darnos cuenta. Por ello somos espejos los unos de los otros. El desarrollo de la consciencia nos ayuda a distinguir cuando estás diferencias nos separan y crean conflictos irremediables.
El desarrollo personal es indispensable para salir de esta inconsciencia.
Tomar responsabilidad de todo lo que creamos de manera inconsciente y realizar los cambios necesarios para tener una vida armónica, es la mejor opción para relacionarse ,no con la mente y sus creaciones sino con las personas tal como son, aceptando sus características y forma de ser.
Amelia Camacho Guerrero.
1 julio 2019.
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