Esto parece muy sencillo y aparentemente todo el mundo lo hace, no es tan fácil como algunos lo creen.
Para algunos el decir lo que quieren es manifestar las ideas que se vienen a la mente tal y como aparecen sin importar lo que sea y la justificación para ello es que así es su manera de ser directos, claros y verdaderos. La verdad es que no es así.
No siempre es adecuado dejar que las ideas salgan sin pasarlas por el filtro de la consciencia. Nadie tiene que aceptar nuestras palabras como a veces pretendemos que otros las acepten. No siempre tenemos la razón en lo que decimos y nuestras opiniones son sólo eso, opiniones que nadie tiene obligación de aceptar. Si bien tenemos la libertad de decir lo que pensamos, hemos de ser muy conscientes de que nuestra palabra tiene un significado que no siempre es compartido y tampoco tiene que serlo.
El poder de la palabra es enorme y conocer su fuerza es hacernos conscientes de lo que somos.
Hablar es un privilegio y usar esta herramienta no ha sido aprendido suficiente como para aplicar su uso cotidianamente.
Hablamos con mucho descuido y dejamos que las emociones conduzcan las palabras que salen por nuestra boca. No siempre esto es lo que queremos y más tarde lamentamos haber dicho algo que siendo cierto en nosotros afecta y lastima a otros. Lo que sentimos es nuestra responsabilidad y hemos de procesarlo en nosotros para evitar dañar nuestras relaciones y afectar a otros culpandolos por lo que hay en nuestro interior.
La palabra es instrumento de comunicación y la habilidad lingüística que ganamos con una consciencia desarrollada se manifiesta en la capacidad para lograr una expresión satisfactoria que favorezca la armonía en las relaciones interpersonales.
Callar ante la impulsiva necesidad de tener la razón, dejar de parlotear y saber escuchar son factores importantes a practicar para mejorar la calidad de nuestra comunicación.
Sor Juana decia: " Habla para que yo te conozca ".
Nuestra palabra nos revela y nos descubre.
Amelia Camacho Guerrero.
7 Noviembre 2017.